Por: María Belén Chicangana Salas
“¡Cami, no encuentro los pañales de repuesto! grita desde la planta baja de su casa Piero Pacella, esposo de Camila Moro. “¿Qué? No puede ser que se haya acabado la última paca. Dame un momento, por favor”, me dice la joven antes de silenciar la videollamada y retirarse a averiguar qué fue del paquete de pañales recién abierto que al parecer duró menos de lo previsto. 15 minutos después, Camila vuelve con la sonrisa intacta, pero visiblemente ajetreada. No obstante, tras 8 meses y medio del nacimiento de su primer hijo, la ocupación constante es algo a lo que ya se ha acostumbrado. “No es nada fácil, sobre todo al principio. Debiste haberme visto los primeros meses. Apenas dormía, pasaba despeinada y ojerosa, e incluso se me cayó el pelo. Fue tremendo, pero gracias a Dios ahora es más manejable”, dice mientras recoge unos baberos que están sobre su escritorio.
A pesar de los múltiples cambios que la maternidad ha traído a su vida, Camila afirma no poder sentirse más feliz y realizada. Después de todo, el ser mamá es un sueño que tenía desde niña. “Por supuesto, también quería ser independiente y crecer profesionalmente, pero el tener un hijo siempre estuvo entre mis mayores deseos”, confiesa. Por tanto, una vez contrajo matrimonio con su esposo Piero en Septiembre del 2019, ambos estuvieron de acuerdo en empezar a planificar. “Al principio me desanimé porque tuve un retraso y pensé que estaba embarazada, pero salió negativo. Sin embargo, volvimos a intentarlo y en Enero del 2020 ocurrió el milagro”, cuenta emocionada.
De esa forma, y con tan solo 23 años, Camila y Piero decidieron embarcarse en el camino de la maternidad. La noticia, desde luego, fue recibida con mucha felicidad por parte de la familia de ambos, al igual que por sus amigos. “Todos nos felicitaron y empezaron a darnos consejos para las diferentes etapas del embarazo”, recuerda.
Al igual que cualquier madre primeriza, Camila se sentía sumamente emocionada por el avance de su embarazo, o al menos así fue hasta que, al igual que cientos de futuras mamás, debió enfrentarse ante lo imprevisible: La pandemia del Covid-19.
Primer trimestre: Entre cambios íntimos y mundiales
Para finales de Enero del año pasado, Camila estaba segura de que algo en su cuerpo había cambiado. Su periodo había vuelto a retrasarse, pero a ello se le sumaban un cansancio excesivo y una deshidratación considerable de su piel a las cuales no encontraba explicación. “Simplemente sentía que había algo allí”, comenta. Por tanto, decidió seguir su instinto y realizarse dos pruebas de embarazo en compañía de su hermana menor, Kiki. “No quería ilusionarme como la primera vez que tuve una sospecha, así que realmente tenía serias dudas de que el resultado fuera positivo, pero bueno. La vida tiene formas increíbles de sorprendernos”.
Tras la confirmación de su embarazo, los primeros síntomas no tardaron en llegar. “Empecé a dormir y orinar como loca. También se me dio por echarle salsa de tomate a todas mis comidas, sin importar si pegaba o no”, dice entre risas. En cuanto a cambios emocionales, Camila afirma que al principio no fueron muchos. “Solo solía llorar por nimiedades. Por el ceviche, por ejemplo, ya que por el embarazo no podía comerlo, y pues era (y es) mi comida favorita”.
Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar a finales de su primer trimestre, época en que se anunció la llegada del Covid-19 a Costa Rica, país en el que actualmente reside. “Por un lado, fue un alivio empezar a librarme de los primeros síntomas del embarazo, pero por el otro, comenzó a ser difícil el hecho de mantener equilibrada mi salud emocional gracias a la pandemia”, confiesa.
Segundo Trimestre: Entre el corazón y la mente
Pese a que Camila se sentía inicialmente contenta con su embarazo, la llegada de la pandemia marcó un antes y después en su salud mental, ocasionándole serios problemas para poder vivir su maternidad de forma normal. “No puedo decir que fue de un día para el otro que me sentí mal. En realidad, fue algo tan gradual que solo me percaté de ello cuando finalmente me quebré”, reflexiona.
Uno de los factores que impidió a Camila aceptar su situación emocional en un primer momento fue la tan conocida romantización de la maternidad. Al fin y al cabo estaba embarazada, así que creía que debía estar “emocionada, feliz y agradecida” todo el tiempo sin importar las circunstancias. Aunado a esto, también sentía un fuerte miedo por ser subestimada como mamá. “Pensaba que si mostraba señales de no estar emocionalmente estable las personas iban a asumir que no iba a ser una buena madre, y eso me aterraba”, explica.
Por ende, decidió guardar silencio e intentar ignorar sus sentimientos, pero fue en vano. La situación no hacía más que agravarse, y lo peor es que no encontraba una explicación lógica, razón por la cual se sentía muy culpable y ansiosa. “Lo más chocante para mí era que no tenía razones válidas para sentirme como me sentía. Mi esposo y mi familia estaban sanos, mi trabajo no se había visto afectado, incluso mi embarazo estaba yendo excelente. Todo estaba bien, y eso me hacía sentir como una malagradecida al no estar contenta ni satisfecha con mi proceso en medio de un momento tan difícil como la pandemia”.
Así, en cuestión de meses, Camila pasó de estar completamente feliz e ilusionada por su embarazo a sentirse bastante desconectada de este. Por mucho que lo intentaba, no lograba conseguir que la emoción inicial que había experimentado superara las emociones negativas que la estaban afectando. “Sabía que estaba embarazada y que iba a tener un hijo, pero no sentía esa conexión, y eso me hacía sentir horrible”, dice con voz ahogada.
Desesperada, le comentó a su esposo lo que estaba pasando, cosa que le ayudó a sobrellevar hasta cierto punto la situación. “Piero fue mi apoyo y confidente incondicional durante todo ese proceso. Muchas veces se quedó conmigo hasta tarde escuchándome y preguntando por qué me sentía así, pero yo realmente no tenía respuesta. Solo podía decirle que amaba a nuestro bebé con toda mi alma, pero que estaba siendo muy duro para mí disfrutar y conectarme con el embarazo”.
Para finales del segundo trimestre, la salud emocional de Camila se había deteriorado tanto que ni siquiera deseaba comprar cosas para su bebé u organizar el tradicional Baby Shower para celebrar su llegada. “Sentía que el embarazo estaba pasando por mí, no yo por él”. Por tanto, la noche en que su mamá y su hermana fueron a visitarla para ver cómo estaba y en qué podían ayudar, la presión fue tanta que se derrumbó. “Mi mamá empezó a decirme de buena forma que se me estaba haciendo tarde para planear el Baby Shower y comprar algunas cosas del bebé. No sé bien en qué momento dejé de escucharla, pero para cuando volví en mí, me di cuenta que acababa de tener un ataque de pánico frente a ella y mi hermana”, narra melancólica.
Tercer Trimestre: Entre el reencuentro y la sanación
Tras lo sucedido con su mamá y su hermana, Camila tomó la decisión de buscar ayuda profesional, pero también se propuso firmemente disfrutar su embarazo con o sin pandemia. “Me di cuenta que era hora de soltar las expectativas que tenía sobre mi embarazo y aceptar la realidad en que había tenido que vivirlo. De lo contrario, iba a dar a luz sin haber podido disfrutar el proceso en lo absoluto”.
En efecto, gracias a su disposición y a la terapia, Camila no solo pudo reconectarse con su bebé durante la última fase de su embarazo, sino también comprender una condición psicológica que actualmente afecta a muchas gestantes en tiempos de pandemia: La depresión preparto.
Según un estudio publicado en junio del 2020 por Frontiers in Global Women's Health, de 520 mujeres embarazadas y 380 que dieron a luz en 2019, se reportó que antes de la pandemia 29% experimentaron síntomas de ansiedad de moderados a altos y 15% síntomas depresivos. En contraste, durante la pandemia el 72% mencionó experimentar ansiedad y 41% depresión.
“Aprendí que es normal que me haya sentido inadecuada y para nada lista. El embarazo ya es de por sí un proceso difícil a nivel emocional, físico y mental, así que imaginate agregarle una pandemia donde reina la incertidumbre y el miedo. Un caos total, y más durante sus inicios, cuando me tocó vivirlo embarazada. Sé que da miedo admitir que no estamos bien emocionalmente cuando se supone que debemos estarlo, pero está bien”, comenta Camila.
Afortunadamente, al final todo salió bien. El 10 de Septiembre de 2020, tras nueve meses de espera y cambios bruscos, Camila y Piero recibieron a Enzo Pacella Moro, su primogénito. El pequeño, con quien Camila aparece en su foto de perfil de Instagram, heredó el pelo castaño claro de su papá, pero sin duda los ojos café de su mamá, quien lo describe como un sueño hecho realidad. “Enzo nació por cesárea pesando 36 kg. Debí llevar mascarilla durante todo el parto, pero la verdad es que no me molesto. Ya me había preparado mentalmente, y la verdad es que cuando lo vi todo lo demás pasó a segundo plano”, recuerda.
Camila está a punto de agregar algo más, pero antes de decir nada el llanto de Enzo la interrumpe. “Disculpame otra vez, ya vuelvo”, dice sonriendo antes de silenciar el micrófono y levantarse con rapidez para fungir el papel más retador de cualquier mujer en la vida: ser mamá.
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